
Así que, aquella noche, cuando de nuevo nos encontramos por Las Llanas, casi dos años después, dudé si saludarte o no. Pero, cuando me di cuenta de que hacías denodados esfuerzos por hacer ver que no me habías visto, decidí que debía saludarte. Llevabas el pelo diferente, y te habías puesto unas gafas que te hacían parecer una intelectual pseudo-feminista de los años sesenta. Tartamudeaste al responderme y te apartaste cuando quise darte dos besos. Yo sonreí, te presenté a mi última conquista-objeto e hice un muy grosero comentario sobre tu falta de habilidad sexual en el pasado. Intentaste abofetearme, pero me zafé de ti con la habilidad de un galán de cine de los años cuarenta, sonrisa torcida y mirada de desprecio incluida. Más tarde, ya en mi casa, follé con mi acompañante florero, imaginando que eras tú la que abría sus piernas ante mí en su lugar…
Al cabo de unas semanas, me enteré de que estabas saliendo, en serio, con aquel idiota que había coincidido conmigo en aquel curso en que decidí abandonar la carrera, y que era algo así como una mala imitación de Fran Rivera, y que siempre sonreía aunque no supiera de qué coño le estabas hablando. Y, como no le podía soportar, decidí que debías ser mía de nuevo, pero, más aún, que él debía enterarse. Así, el siguiente fin de semana, me dediqué a buscarte por todos esos garitos por los que ibas, con esas amigas tuyas tan poppies, tan modernas, tan pagadas de sí mismas, tan palurdamente trasplantadas de los viveros de modernidad capitalinos en los que vivían durante el curso universitario, tan en plan: “Oye, vivo fuera, sé lo que es la vida porque la he visto, y necesito que me mires, que me admires, que sepas que soy lo más que vas a ver y quizás probar en esta rancia capital castellana”, te busqué en todos esos sitios, hasta que te encontré en la Calle San Juan, en el garito pop-porrero por excelencia, el “Ram-Jam”. Allí estabas, tan tranquila y sonriente, con el flequillo derramándose sobre tus ojos verdes, vestida de negro, fumando un cigarrillo extra-largo, haciendo ver que, probablemente, eras lo mas ‘cool’ que hubiera pasado por allí jamás, lo más británico desde el advenimiento de los Beatles... Oh, y no estabas sola. Allí estaban, también, al menos dos de las más fogosas amigas tuyas, de esas que habían conseguido sonrojarme por lo procaz de sus insinuaciones en la cama apenas semanas después de que tú y yo lo hubiéramos dejado. Y que habían repetido en más de una ocasión, si te soy sincero. También estaba tu Fran Rivera, que respondió a mi saludo con una de esas estúpidas sonrisas que tanto acostumbraba. Esta vez no me rehuiste los dos besos al saludarte, pero apartaste el brazo cuando, suavemente, te cogí la mano, como sin querer, pero queriendo, qué te voy a contar. Me pegué a vosotros, con la peregrina excusa de que había quedado allí con alguien, y, mientras tus amigas se clavaban las uñas para ver cuál de las dos acabaría conmigo en la cama esa noche, y a pesar de que sopesé seriamente que fueran, fácilmente, las dos a la vez, recordé mi propósito inicial, y decidí de nuevo que tú serías mi víctima.
Fui condenadamente cordial, risueño y dicharachero, y, tras fingir una llamada al móvil con la que me daban plantón, puse ojos de cachorro y conseguí que Fran me pidiera que me quedara con vosotros, idiota, a pesar de que tú hacías un más que claro gesto de disgusto ante tal idea. Recorrimos todos los bares más de moda, y en todos ellos saludé a camareros, porteros, pinchas y dueños, haciendo ver, como en realidad así era, que soy un claro y conocido animal nocturno, haciéndote ver a ti que soy alguien que merece la pena, como en realidad así soy. En todos y cada uno de los bares en que estuvimos intenté meterte mano, primero casi como por casualidad, luego abiertamente. Y, aunque al principio esquivabas mi contacto con maestría de bailarina, según avanzaba la noche, y el alcohol corría, tu resistencia era más liviana, hasta el punto de que, en el “Close”, donde una vez acabó todo lo nuestro, te estuve tocando el culo, y más, todo el rato delante de tu novio Fran, o lo que fuera, escudado en la multitud. Y, sinceramente, no sé lo que pensaría él al saber que, cuando se marchó al baño, te mordí la boca delante de tus calientes amigas, que no cabían en sí de asombro. O al darse cuenta de que, al salir él del baño, ni tú ni yo estábamos ya esperándolo. O, cuando, a la mañana siguiente, le mandé a él al móvil el vídeo que grabé mientras te follaba en mi cama de todas las formas imaginables y me pedías más y más. Cuando me cansé, te sugerí, te ordené, que te fueras a tu casa, o a buscar a Fran, o a donde te apeteciera, que no fuese mi piso. Me montaste una escenita, y te eché, a medio vestir. Tras aquello, no creo que tuvieras ganas de verme de nuevo, y seguro que Fran menos. Yo tampoco quería verte a ti, ni después ni antes. Sólo hice lo que hice por divertirme, como hago una noche cualquiera…
No hay comentarios:
Publicar un comentario