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viernes, 12 de noviembre de 2010

"El Hombre De Hojalata" 0005

Poco tiempo después de su aventura por las tierras de Oz, el Hombre De Hojalata volvió a su hogar. Lejos ya de Dorothy, Espantapájaros, León y la mentira encontrada en la Ciudad Esmeralda al final del camino de baldosas amarillas. Ahora ya sabía qué era sentir amor, odio, envidia, pasión... en fin,  todas las emociones que nunca había podido experimentar cuando no tenía corazón... O cuando no sabía que lo tenía.

Desandando el embaldosado camino, llegó a la tierra donde había sido construido, un yermo territorio metálico en el que el único sonido audible era el chirriar de goznes metálicos de sus habitantes al moverse, y donde sólo se podían ver réplicas de sí mismo, con diferentes ornamentos, pero igual aspecto físico.

El Hombre De Hojalata, sabio tras su peripecia vital, aprendió en su viaje que las emociones están dentro de cada ser, y que nadie puede escapar a ellas. Durante años, había conseguido evitar las sensaciones, había mantenido ocultos los sentimientos, y los había escondido bajo su aspecto deslumbrante de chapa metálica, sus adornos cromados y su mirada impenetrable. Sin embargo, en aquellos instantes, decidió que, dado que vivir sin sentimientos ni emociones no le había reportado beneficio alguno, ahora que daba los primeros pasos de su nueva vida, iba a hacer que todos ellos le condujeran a encontrar a la persona que debía amar.

Así, el Hombre De Hojalata emprendió un nuevo camino, dejó de nuevo tras de sí la seguridad de su aldea robótica, y se adentró en las tierras que había más allá del arco iris, más allá del horizonte desplegado bajo el tercer sol de la mañana, en busca de un incierto amor, ávido de sensaciones, necesitado de encontrar quien lo completara, ansioso de ser amado y de amar. Llevaba varias jornadas caminadas cuando encontró, al fin, en una pradera de color púrpura, y junto a un pequeño bosque de sauces llorones, lo que su corazón ansiaba. Allí, cerca de una laguna, encontró a una Dama y vio, al fin, en su mirada, que quizá podría ser quien llenara de calor el corazón que ahora pedía a gritos ser reconfortado. El Hombre De Hojalata se quedó allí, junto a la laguna, pensativo, imaginando cuán maravillosa iba a ser la vida que le esperaba a partir de entonces, dibujando en su imaginación todos y cada uno de los maravillosos pasos que, a partir de ese momento, se iban a suceder. Planeando todos y cada uno de sus futuros movimientos para conseguir el amor de aquella hermosa Dama. Así estaba, inmóvil, pensando en los futuros placeres que le deparaba su existencia, sin darse cuenta de que, debido a la humedad que circundaba la laguna, y al tiempo precioso que estaba desperdiciando, la herrumbre y la maleza hacían presa en él, acabando con su brillante armadura, con los cromados que la adornaban y cegando su mirada impenetrable. Inexorablemente, pasaron noches y días, estaciones y años, y el Hombre De Hojalata, cada vez más encantado de haberse conocido, trazaba, paso a paso su propio plan maestro sobre cómo conquistar a su Dama, sobre qué pasaría y qué no, en fin, sobre toda su vida.

Cuando, al fin, decidió que era hora de pasar a la acción, intentó moverse, haciendo un esfuerzo sobrehumano, pero todo fue en vano. Inmóvil, observó a su Dama, y, por un instante, creyó estar viviendo ya su futura vida junto a ella. Sin embargo, al prestar algo más de atención, al conseguir enfocar su mirada, al observar de cerca, las lágrimas brotaron de su alma, deshaciendo el encanto, al ver que esa vida, su vida soñada, su existencia anhelada, su amor, era vivido por otro ser diferente, un Hombre De Mimbre, que entregó su corazón y sus sentimientos a la Dama cuando la conoció, mientras él, un simple Hombre De Hojalata, criaba óxido y vegetación junto a la laguna. No habría ya vida futura, ni existencia amorosa, ni ninguno de los dulces sueños que su corazón había dibujado para su propio solaz, o, al menos, no junto a su Dama.

"Lo más triste de todo", se dijo a sí mismo el Hombre De Hojalata, "es que, quizás si me hubiese acercado y le hubiera explicado a la Dama cuán preciosa vida nos esperaba, cuán excitante experiencia vital íbamos a compartir, seguramente no hubiese habido lugar a la llegada de ningún otro Hombre, fuese de mimbre, hojalata o cartón".

Y, de este modo, y dejándolo atrás, su Dama y el Hombre De Mimbre se perdieron en la lejanía contentos en su plácida existencia, perdiendo de vista la laguna, el bosque de sauces llorones, la pradera de color púrpura y todo lo que significaban. Y allí, atrapado entre enredaderas y despojado de su antiguo brillo, quedó el Hombre De Hojalata, aquel que, de puro frenesí, vivió en su fantasía mientras la vida le anclaba en la dura realidad. Entonces, sólo y, entre lágrimas, pidió al cielo, con todas sus fuerzas, volver a su antiguo ser, no tener corazón de nuevo, porque así, impasible al sufrimiento, su vida de Hombre De Hojalata era más llevadera, menos dificultosa, y, sin duda, más apacible. Porque, la vida era más sencilla cuando el Hombre De Hojalata no tenía corazón... O cuando no sabía que lo tenía.

1 comentario:

  1. El Hombre de Hojalata tenía derecho a vivir y parte de vivir es sentir el sufrimiento para apreciar lo que tiene valor y evolucionar.
    Que linda historia, creo que él merecía experimentar el amor aunque no haya sido correspondido. Si decide no usar más su corazón de todas maneras extrañará lo maravilloso que fue tenerlo. Yo le diría al Hombre de Hojalata que no se desanime, aprenderá a usar su corazón con paciencia y a entregar su amor a la persona correcta :)

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