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sábado, 27 de noviembre de 2010

"Valmont (No Puedo Evitarlo)" 0015

Me sucede siempre. No puedo evitarlo. Siempre me acerco (ojalá, en realidad, siempre lo intento) a quien más daño me puede hacer. No hago caso de los designios, ni de los horóscopos, ni de los hados, no. No escucho a la razón, ni a los argumentos lógicos, no. No veo los indicios, ni sospecho, ni indago, ¿por qué iba a hacerlo? Yo voy a mi aire, veo, busco, elijo, y ataco. Soy así. Y no es por nada en particular. Simple y sencillamente, no puedo evitarlo.

Mi vida es gris y triste, y yo no puedo evitarlo. No es que la vuestra sea mejor, no os confundáis con esto. La rutina me aplasta, como a todo el mundo. Nunca logro todo lo que me propongo, como le sucede a casi todos. La vida es hastío, y lo sabéis, y yo no puedo evitarlo. Cada cosa nueva, cada momento de asueto, cada amistad impostada, conduce inexorable y lentamente a la realidad oscura, a la mansedumbre del día a día. No puedo evitarlo.

Me enamoro cuando y de quien no debo, y no puedo evitarlo. Sé que me confundo, que yerro, pero sigo avanzando, como un zapador que quisiera avanzar hasta la posición enemiga, aún sabiendo que lo que va a encontrar allí no es lo que él querría. Me acerco a gente que refleja mi incertidumbre, y con ella me hiere y me hunde, no puedo evitarlo. La soledad me empuja a intentar agarrarme a cada brizna de esperanza, de alegría, de novedad, exponiéndome a los golpes y los cortes que me esperan tras cada esquina, no puedo evitarlo. Sé dónde están mis enemigos, sé cuáles son mis errores, sé cuáles son mis propias artimañas de autoengaño, y aún así, ejecuto cada plan de fracaso con denodada dedicación, con milimétrica exactitud, con sombría elegancia, hasta que encuentro la hostia, que espero con ansia. No puedo evitarlo. Cada vez que me parece que todo va bien, surge en mí la sospecha de que me equivoco. De que algo saldrá mal. De que esa alegría se desvanecerá. De que esa cita no se producirá. Sucede siempre de esta forma, como si una maldición ancestral se cerniera sobre mí, e hiciera en mí presa y no me soltara nunca. Nada de lo que planeo se realiza. No soy nadie, no estoy con nadie, no le intereso a nadie sucede así, y nunca me equivoco, no puedo evitarlo.

A veces, en la soledad oscura de la noche en mi cuarto, aprieto los puños, rechino los dientes y lloro, implorando el perdón de unos dioses que sin razón me han castigado. A veces, en mi soledad cautiva, alzo el puño contra ellos, desafiándolos a acabar con mi precaria existencia. A veces, en la impostura miserable que esconde mi falsa sonrisa, es donde se esconden los rescoldos del fuego de mi ira contra el mundo, y soplo, y lloro y grito, no me gusta hacerlo, pero no puedo evitarlo. Hoy hace seis meses desde que alguien que creí cercano me dijo que no era sino una marioneta, un avatar, un fantasma, que era presa de mis propias inercias, de mis propios sentimientos, de mi idea de lo que mi ser representa... Me dejó atrás, y sé que, cada vez que lo hace, mira hacia atrás con ira, con odio y con desprecio, porque eso es lo que yo le inspiro, no puedo evitarlo. Y estoy al borde de caer otra vez al abismo por abrir otra vez la misma puerta, pero en un sitio distinto. Primero me halagan, luego me desprecian. Esperan que sea un avatar sin alma, pero, tras la imagen, se esconde alguien, agazapado, temeroso de ser visto, pues es cuando alguien llega a verlo cuando se produce el abandono, la tristeza y la soledad. Otros esconden un ser malvado y temible tras la máscara que los viste, yo oculto un ser complejo, tímido, sensible. Alguien que a mí me gustaría conocer, pero que, lamentablemente, no inspira el mismo sentimiento en el resto del mundo. Estoy aburrido, así es la vida, pero yo no puedo evitarlo.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

"Ella Me Mira Cada Día" 0014

Ella me mira. Cada día. Cada vez que nos cruzamos. Cada día. Cada mañana. Cada día. Cuando voy al trabajo. Cada día. En menos de cien metros, siempre en el mismo lugar. Cada día. Es bellísima, y me mira. Cada día. Si pudiera elegir, en una telenovela haría le papel de la bella malvada, y me mira. Cada mañana.

Me cruzo con ella cuando voy al trabajo, y no sé quién es, ni por qué me mira. Pero lo hace. No sé si me ira porque quiere, o me mira porque yo la miro, porque lo hago, y la miro porque es la chica más bonita con quien jamás me haya cruzado. Es bella. Tiene estilo. Es alta y preciosa. Y me mira cada mañana. Me mira fijamente, a los ojos, cada día. No sé cuándo empezó. No sé cuándo fue la primera vez que nos cruzamos las miradas. No recuerdo nada cuando ella me mira, más que a ella. No me deja pensar en nada su mirada. Ella me mira, y no sé por qué. Y no debería importarme, en realidad. Sólo sé que, cada mañana, muero por encontrarme su mirada. Y que, cuando, por azar, alguna mañana no me cruzo con ella, es como cuando un adicto no encuentra su dosis. Soy dependiente de su mirada. Necesito el chute de adrenalina mañanera que me proporciona el clavar sus ojos en los míos. Cada día, cada mañana. En ocasiones me la cruzo de nuevo a mediodía. Y me mira de nuevo...

No sé si será que la conozco de antes, ahora sólo sé que la conozco porque me mira... No sé si habré hablado con ella antes de que empezáramos a mirarnos, pero me mira como si nos hubiéramos conocido en una vida pasada y lejana, en esa vida ansiada que no puedo vivir ahora, en la que me va todo de manera diferente a como me va ahora, en esa vida en la que ella no sólo me mira... No sé si será que quiere conocerme, pero sería algo tan extraño que no puedo siquiera imaginarlo... En fin, no sé por qué lo hace, pero me mira. Me mira y me traspasa. Su mirada entra por mis ojos, llega a mi cerebro y se reparte por mi columna vertebral, haciendo que cada red neuronal, cada fibra de mi sistema nervioso se ponga en alerta... Me mira... Me mira...

Espero que llegue el día y deje de mirarme, y me hable, y me diga qué ve en mí digno de mirar cada día, por qué me mira, por qué cada mañana nos cruzamos en una porción de tiempo, en una porción de espacio, en una coreografía diaria que tan sólo nos hace cambiar de escenario, bien algo delante, bien algo detrás, pero no de paso, y que se perpetúa en el tiempo haciendo volar mi imaginación y mis sueños...

sábado, 20 de noviembre de 2010

"La Merienda De Los Hombres Fuertes" 0013

Cuando era más niño imaginaba que al llegar a mi edad mi vida sería muy diferente. Me veía a mí mismo con un millón de amigos, casado y con críos, en una casa con jardín y con perro. Más que nada, porque, a mi edad, mis padres ya llevaban casi diez años casados, y tenían dos críos. Así que, si a los diez te preguntan cómo te crees que serás a la edad de tus padres, seguramente te mires en ellos y digas lo que ves. Salvo el perro. Nunca tuvimos perro, aunque yo hubiera querido. Los momentos más felices de mi infancia se ligan a perros que eran de otras personas, así que, ¿cómo no querer tener uno? En aquellos días de pan con Nocilla de dos sabores estaba "Blackie", una especie de pastor alemán negro, que era de aquel niño, Iván, o Víctor, no recuerdo bien. Hace ya tanto tiempo. Íbamos por la chopera, o cerca de la presa, o por las tierras de Danvila, que tenía unos perros muy hijos de puta, y "Blackie" siempre venía con nosotros, como en "Los Cinco". "Blackie" se peleó con un gato, y el muy cabrón le sacó un ojo. Quizás por eso no me gustan los gatos. O por eso, o porque son muy independientes, y yo no soy así. La perra que tenían mis abuelos se llamaba "Neska", y sí que era un pastor alemán de verdad. Era el animal más fiel que he visto nunca, y se volvía loca de contenta cuando les íbamos a visitar. Le enseñé a abrir el pestillo de la puerta de la huerta, premiándola con piruletas de corazón. Sé que los perros no deben comer dulces, pero, qué queréis, yo era un niño. Mi abuelo se enfadó, porque "Neska" se escapaba y se metía en casa cuando hacía frío, o si había visitas, para que la saludaran. Cuando mi tío murió, muy lejos, "Neska" estuvo toda la noche aullando de pena. Tampoco soportaba a los gatos, quizá por eso nos llevábamos tan bien. Así que, en realidad, el que yo me viera a mí mismo con perro de mayor era una cosa bastante evidente. Sobre todo porque no teníamos perro porque a mi padre nunca le gustaron. Y a mí sí.

Ahora no tengo perro, porque ya no me gustan tanto como cuando era pequeño. Ni gato, porque cada vez me gustan menos. Y no es el único error de apreciación que tuve en mi más tierna infancia. No estoy casado. Ni tengo hijos. Y los amigos tampoco es algo que abunden. Muy a menudo, tengo que andar mendigando mi ración individual de amistad, porque a la de amor renuncié hace ya demasiado tiempo. Los amigos como los de las películas, o las series de televisión no existen. Todos tenemos nuestros propios problemas, nuestras propias miserias, y no queremos compartirlas con nadie, ni que las vean de refilón, así que la amistad, como tal, cada vez es un bien más escaso. Las amistades de cuando eres un crío te parece que durarán siempre. Cada día es una aventura, y más si, como es mi caso, vives en un pueblo. Un pueblo, sí, y eso que ahora los aborrezco. Comíamos moras, tirábamos piedras al río, montábamos en bicicleta, y nos reíamos como niños, que es lo que éramos. Hoy ya no es nada como era antes, y las puñaladas, las envidias y las conspiraciones son el pan nuestro de cada día. Lo que hablas con A, lo sabe B al día siguiente, y, si lo sabe B, es cuestión de tiempo que lo sepa todo el abecedario completo. Y lo peor es que no es algo privativo de mi generación, no. Se da en todas las edades, y se seguirá dando. Por qué hablas con A, si no es mi amigo. Por qué B se tiene que meter en todo lo que no le importa. C haría mejor en callarse, porque opina sin tener ni idea... Y así siempre. Siempre... Como el amor. El amor es una gran mentira, porque sólo eres plenamente consciente de que lo has tenido cuando lo pierdes. Yo lo tuve. Poco tiempo. Pero lo perdí. Y, desde entonces, vago sin rumbo, orden ni concierto. Exactamente igual que antes de encontrarlo. Si a cada persona nos corresponde un amor en la vida, el mío ya pasó de largo. Lo dejé escapar. Por eso mantengo la esperanza de que, en realidad, ese amor del que dicen que sólo existe uno, sea el amor que se mantiene, no el que se pierde. En fin...

La vida da muchas vueltas, y en mi caso quizá hasta demasiadas. En una tarde noche solitaria de un sábado de Noviembre te vienen muchas cosas a la cabeza. Sobre todo del estilo de "debí haber hecho esto", o "quizá si hubiera escuchado a tal persona todo sería diferente", y no es sano. Los "debí haber hecho" es mejor evitarlos, porque se dan por cosas que no hiciste, con lo cual ya no tienen remedio. Y, además, te pueden dar tentaciones estúpidas, como la de llamar a aquella persona a la que "debí haber llamado" hace años, tan sólo para comprobar que eres capaz de hacer el idiota a través del espacio, pero también del tiempo. Los "si hubiera" son otra trampa mortal. Nada de lo que hagas ahora cambiará el hecho de que, si hubieras dejado que tu padre te enchufara en tal puesto de trabajo, ahora podrías estar mejor situado, pero también en el paro, o de que, si hubieras hablado antes con aquella chica que te gustaba tanto, quizás lo que escribes ahora sería un cuento floreado, pero también una nota de suicidio porque ella te ha abandonado. Todo se reduce a un momento feliz, con un instante certero, en el que dijiste "sí, puedo" y pudiste. Todo es caos, azar y suerte. Caos, azar, suerte y... soledad.

viernes, 19 de noviembre de 2010

"Imparable, de Tony Scott" (¡Ojo, Spoilers!) 0012

Tito Denzel es un veterano maquinista de un chungo tren de mercancías. El Capitán James T. Kirk es un novato enchufado, que hace de jefe de convoy. No se llevan bien por el tema de la crisis y los despidos de la empresa, Denzel es viejuno y el otro un pimpollo, a él le van a despedir y al otro no.

En una estación cercana, el hermano gordo y tonto de Earl es maquinista, o lo que sea, de un megatren del copón, que según el cartel pesa un millón de toneladas y según la peli mide ochocientos metros, lo que da un total de mil doscientas cincuenta toneladas por metro de tren. O lo que es lo mismo, cada metro de tren pesa lo mismo que trescientos veinte Hummer H2 y medio. El caso es que el de la Torre de Control de la estación de tren le dice a él y a otro redneck que lo quiten de la vía en que está aparcado, porque tiene que pasar otro tren por ella, con ciento cincuenta niños dentro, tan voceras que te dan ganas de que se estampen de verdad. Pues el hermano de Earl decide que el tren puede ir sin conectar los frenos, porque "Total, si es de aquí a allá, ¿qué pué pasar?". El caso es que el gordopilo decide bajarse en marcha para cambiar las agujas de la vía, y, nadie sabe por qué, el tren acelera mágicamente, y, aunque corre para montar de nuevo, no lo consigue. El tren se va a vivir su vida solito, y el hermano de Earl y el otro idiota corren tras él en una frago con ruedas de tren. Rosario Dawson es Jefa de Estación (ya ves tú), y sabe que su empleados son gilipollas, pero aún así se cree lo que le dicen, así que llama a un soldador Cowboy para que espere al tren que va despacico en un cruce y lo saque de la vía a un apartadero. Cowboy llega, espera al tren y no aparece. Los que sí aparecen son los dos rednecks, y ahí se dan cuenta de que el tren solitario no va despacio, sino rápido. Y se arma el belén.

Cuando se entera la prensa de que un tren va sin conductor a toda hostia, los de la RENFE yanqui se enteran de que tienen un cargamento de no-sé-qué muy inflamable porque se lo dice uno que pasaba por allí. El Jefazo de la empresa dice que seguro que no pasa nada, y que va a montar una historia para detener el tren. Rosario dice que hay que descarrilarlo en un descampado, pero el Jefazo se niega. El tren casi se choca con los ciento cincuenta niños, y se choca con un remolque con caballos. Intentan para el megatren con una locomotora puesta delante y un ex-marine "recién llegado de la Guerra de Irak" descolgándose en un helicóptero. Por supuesto, el marine se fostia nada más aterrizar, la máquina de tren descarrila, se estampa, explota y el prejubileta conductor palma. El tren sigue a su bola, y atraviesa un un vagón del tren de Tito Denzel, que se lleva medio mal con James T. Kirk. Como a Tito Denzel lo van a despedir, decide ser el héroe del día, yendo a atrapar al tren en su locomotora. Pero ojo, no así de guay, no. ¡Marcha atrás! El Jefazo dice que si hacen eso les va a despedir, y los dos le dicen que "pa tu culo un barbo", y pasan de él. Rosario Dawson y el que pasaba por allí se alegran, y pasan del Jefazo. Tito Denzel conduce marcha atrás mirando por la ventanilla, como si aparcase de oído un Alfa-Romeo, y, poco a poco se acercan al megatren, que se lleva por delante todo lo que encuentra (descarrilador potátil incluído), y al que no hay forma de parar, literalmente, ni a tiros. Si llega a Stanton sin bajar la velocidad, entrará en una curva muy cerrada y descarrilará encima de mil millones de litros de combustible, y será el fin del mundo. Rosario le dice a los chicos del tren que son la única esperanza de la Humanidad, y el que pasaba por allí le dice a Tito Denzel, que lleva de maquinista veintiocho años, cómo hacer para parar el tren en contramarcha: pisando el freno y soltando, de manera alternativa. Si lo pisa todo el rato se le quema. Así que, al final, tras muchos temas, consiguen enganchar el tren, no sin que antes James T. Kirk se joda un pie al ponerlo entre un tren y el otro. Parece que funciona, pero no, así que Tito Denzel se sube al techo del tren para ir frenando vagón a vagón, de manera manual. No se le ocurre ir directamente a la locomotora y frenar, no. Lo hace vagón a vagón, porque si no, la peli se acabaría muy pronto. Parece que funciona, pero no, porque la locomotora que va marcha atrás peta. Así, llegan a la curva de Stanton más deprisa que el apuntador de Speedy González, hacen un poco de equilibrio, ponen el tren a dos ruedas (bueno, alguna más), se cae la carga y tal, pero al final no vurlca. Tito Denzel se queda encima de un vagón como DiCaprio subido en la proa del Titanic, y se da cuenta de que no puede pasar más de un vagón a otro porque está mayor y hay que saltar lejos.

Entonces, aparece el soldador Cowboy en su frago de Walker Ranger de Texas, y obliga a voces a que James T. Kirk, cojito y tó, salte a la caja de la frago y se ponga con cara de velocidad, agarrado al techo. Luego salta de la frago al tren y lo para. Pese a ser imparable. Todos quieren a Kirk, su mujer le perdona que le quisiera dar una hostia el mes pasado y Tito Denzel sonríe subido al vagón, sin moverse. Luego hacen una rueda de prensa y el Cowboy se ha cambiado de ropa, pero los demás no. Ah, y al final no les despiden...

jueves, 18 de noviembre de 2010

"La Invasión De Los Ultracuerpos" 0011


Ya sabía yo que no podía ser así siempre. Ya lo sabía. Y era más que evidente para mí desde hace algún tiempo, aunque todos creían que no. Esa mujer, ya casi cincuentona, que parecía la Madre Teresa de Calcuta, era, en realidad, la Bruja del Norte. Y no es porque no lo hubiera dicho mil veces, no. Todo el mundo me decía: "Es que le tienes manía, es muy maja. Y muy servicial." Ya. Como todas las arpías, escondía su verdadera cara tras la máscara de una adorable madrecita, muy del Opus, y siempre muy guay. Siempre. Pero que te deja la misma sensación que te dejaba ver a tu padre poseído por las vainas mutantes de "La Invasión De Los Ultracuerpos". Desazón.


La típica persona que te pregunta por tu vida, por tus inquietudes, por tus problemas. Al principio tragas, y no crees que sea lo que es. Luego sospechas, aunque crees que quizás es porque eres un malpensado. Y hasta te atormenta el pensar esas cosas, ¿qué clase de paranoico eres? En fin... Luego te das cuenta de que, como por arte de magia, ante ti se presenta sin careta, aunque sigue fingiendo. Tú ves lo que hay, aunque ella se comporta como si no. El resto del mundo sigue ciego, pero tú ya eres inmune a sus encantos, reales o no. Y ella sigue, con su fachada de buena persona, de santurrona de opereta, de beata de metacrilato. Su chusco buenismo acaba rayando al más pintado. Que si "Pobrecito no sé quién", que si "Pobrecito no sé cuántos", y todo ese rollo de buena samaritana. Siempre hablando de su "ñiño", de si tengo o no novia (¿qué cojones le importa a ella?), de si soy más o menos melancólico, triste o agresivo, y chorradas por el estilo. Dura, y dura, como el conejito Duracell. Pero esas pilas no duran para siempre. Al final, también se gastan...

Hoy me ha enseñado su cara real. Delante de gente. De algunos de los que creían que yo exageraba, que me lo tomaba todo demasiado a pecho. Hoy ha salido la maldad, y, para el no iniciado, ha sido como cuando de Gizmo salió Stripe. Hasta la cara la tenía diferente. Y todo porque las cosas deben ser como ella cree que deben ser, no como son en realidad. No con sentido común, no. No con algo de cabeza, no. Ha de ser su voluntad. No me voy a extender en el problema, porque no merece la pena, pero ha venido, me ha culpado, mandíbula desencajada, rostro retraído, como de perro de presa cuando ataca, y se ha ido. Con su Pepito Grillo particular, que de todo habla y de nada entiende, dándole palmas y jaleando sus desvaríos. Vaya dos tristes. Vaya dos. Que hablan en clave delante de los demás para que nadie se entere de sus tejemanejes. Como si le importaran a alguien...

Pero hoy estoy tranquilo. Hoy he ganado. Hoy, soy el vencedor. No sé mañana...

martes, 16 de noviembre de 2010

"El Cataclismo" 0010

Si miro atrás y pienso seriamente todo lo que he vivido, me doy cuenta de que, en realidad, nada de lo que esperaba que sucediera en mi vida cuando era joven se cumplió. Nací el año que se proclamó al primer presidente negro de los hoy extintos Estados Unidos de América, hecho aquel que se tuvo como el gran cambio mundial que todos esperaban, pero que, transcurridos los años, se vio que no era para tanto. Un presidente vino, otro se fue. El que vino, con el tiempo también se fue, y otro ocupó su lugar, todo cambió para seguir igual, y al final, no pasó nada.  Desde la vieja Europa, sus habitantes observábamos la deriva del gigante anglosajón, que sin duda había comenzado varios años antes, y la pujanza del nuevo gran jefe del orden mundial: China. El gigante asiático, dormido y aletargado durante décadas, por fin despertó como el dragón que siempre había sido, y se convirtió en el nuevo mandamás global, apoyado en su superpoblación y su poderío militar y tecnológico.

Mi juventud transcurrió, lenta y dubitativa, entre las pocas ganas de estudiar, la certeza de que encontrar un trabajo decente era poco menos que inalcanzable y las hedonistas ganas de disfrutar de los placeres que nuestra avanzada civilización nos ofrecía. Intensas jornadas de estudio, en una desquiciada competición por ver quién conseguía las mejores notas en cada asignatura se entremezclaban con interminables fines de semana de entrega a la diversión, al sexo y al alcohol. Nada parecía poder hacernos variar estas rutinas, tomadas por la juventud como su propia tradición desde hacía ya algunas décadas. Millones de jóvenes de todo el mundo dedicábamos nuestra vida entera a trabajar o estudiar, para, acto seguido, pasar horas inconscientes, a merced de las más potentes drogas de diseño, imbuidos en futuristas videojuegos hiperrealistas, o en fantasías milagrosamente integradas en nuestros salones híper tecnificados. Toda la sociedad se hallaba inmersa en su bullicioso modo de vida, sin importarle que, en otras zonas del mundo se viviera en condiciones sólo comparables a las de siglos pasados. ¿Por qué preocuparse de algo que no se quería ver?

Así, como digo, transcurría la vida en la Tierra por aquellos años, hasta que, en una nunca antes contemplada e implacable combinación, la estupidez humana y la sabiduría de la naturaleza se mezclaron, dando como resultado lo que los historiadores actuales denominaron El Cataclismo. El fenómeno al que durante años se refirieron científicos y estudiosos como cambio climático, aún y a pesar de los vanos intentos de los gobiernos de todas las naciones poderosas del planeta, se reveló imparable, y dio como resultado una serie de sequías pertinaces que hicieron especial mella en los territorios que ocupaban las potencias del antaño denominado Primer Mundo, haciendo que gran parte de su población pereciera, bien por la escasez de agua y alimentos, bien en las tumultuosas revueltas que esta misma escasez propiciaba. Los gobiernos, incapaces de reaccionar, y presas del pánico, vieron en los países que antes ocupaban el furgón de cola del bienestar la salvación y la solución a sus problemas, al estar menos densamente poblados que los suyos propios. Sin embargo, esos países, en otro tiempo débiles e independientes, decidieron unirse en una rocosa federación que se extendió por gran parte de África y Asia, y que se hermanó con los países del sur del continente americano, y rechazó de plano las exigencias de las antiguas naciones ricas. No sirvieron condonaciones de deuda ni los sucesivos ofrecimientos para la implantación de industrias que harían llegar el dinero a mares a los lugares que nunca antes habían entrado en los planes de esas compañías.

Llegados a este punto, muchos dirigentes de los países que se veían ahora devastados por el hambre comenzaron a ponerse nerviosos, y, de esta forma, los gentiles ofrecimientos derivaron en veladas amenazas, y esas veladas amenazas, en poco tiempo, se convirtieron en abiertas declaraciones de guerra unilaterales, con ánimo de invadir los países que rechazaran acoger a los habitantes de las naciones poderosas. Los países mejor preparados comenzaron su campaña bélica contra las naciones del tercer mundo, sin calibrar las consecuencias que esto podría  acarrear. Nadie sabe exactamente cómo sucedió, pero un día, tres capitales de tres grandes naciones fueron arrasadas por sendas bombas atómicas. Millones de personas murieron, en segundos. Ante la amenaza de repetir estos ataques, los países que una vez fueron poderosos, a pesar de contar con mejores medios, y ante el pánico de la población a los ataques pseudo-terroristas indiscriminados, decidieron abdicar, y se rindieron frente a la ahora poderosa Federación de Países del Mundo. La Federación impuso severas condiciones a los países perdedores, y férreos controles fronterizos con leoninas exigencias para todo aquel que quisiera traspasar los límites de la misma. El quinto año de sequía mundial, tras dos años de la denominada Tercera Guerra Mundial, la población del planeta había descendido a una sexta parte de la existente antes del comienzo del Cataclismo. Y seguía bajando. Yo tuve suerte. Sobreviví.
La Vieja Europa agonizaba, ahogada por la falta de recursos y atenazada por las fronteras de la gran China y de la nueva Federación. Los Estados Unidos, en su mayor parte se habían convertido en un desierto, Asia y África eran terreno vedado y la única zona del mundo que, aparentemente se mantenía ajena a todo aquello era Oceanía. Al principio, por razones históricas, Australia se alineó con sus hermanos anglosajones, si bien pronto se dio cuenta de que la batalla estaba perdida de antemano y se dedicó a defender sus propias fronteras y a restañar las heridas recibidas por su temprana implicación en un conflicto abocado al fracaso desde el principio. Después de la guerra, decidieron imponer las mismas condiciones que chinos y federados a todo aquel que quisiera exiliarse en su territorio, para evitar mareas masivas de inmigrantes que pusieran en peligro su propia existencia, libre, sí, pero no por ello menos precaria.

lunes, 15 de noviembre de 2010

"El Día Después De La Revolución" 0009

Tras la Revolución, todo fue lo mismo. Nada fue diferente. Una vez disipado el humo, una vez asentado el polvo, vimos que nada había cambiado. Nos movimos por inercia contra el poder establecido, y, después de todo, no hubo nada. Ni ira, ni culpa, ni pena. Nada de lo que postulamos llegó a buen término, quizá porque, como juventud adocenada que éramos, elegimos la forma fácil de desentendernos de todo. No hubo luchas de clases, ni visionarios que guiaran a las masas, ni grandes fanfarrias anunciando el advenimiento de un nuevo orden mundial. a Revolución, como tal, había triunfado, pero fracasó engullida por entelequias políticas y multinacionales de zapatillas deportivas. No hubo símbolo por mancillar, ni icono que no fuera reutilizado. De todo lo que vivimos, de todo lo que construímos, apenas si quedó en pie nada.

El fallo fue simple, eterno, pero unitario. Las revoluciones de antaño eran constantes, altivas, multitudinarias... En la época de la carrera espacial, del hormigón y del cristal, nadie movió un dedo por alzarse contra nada que estuviera fuera de una pantalla. La Revolución fracasó, una vez ganada, porque nadie osó hablar ni decir nada. El silencio, como muro de contención de la desidia y la ignorancia, vomitó desprecio y desconfianza, y lo que hubiera podido ser un golpe de timón definitivo acabó siendo una breve y molesta turbulencia en nuestras vidas. Los poderosos, los concomitantes, los indulgentes, los ignorantes, todos, todos ganaron a la Revolución. Todos sacaron tajada de ella, todos la violentaron y la usaron a su antojo, convirtiéndola en logo y anuncio de una generación perdida, que no ha hallado una forma de despertar, dormida.

Una vez pasada la Revolución, una vez remplazados las farolas y los escaparates rotos, nada tomó una dirección distinta, nada varió. Incluidos nosotros, los revolucionarios, que, como presas de unas fiebres de temporada, una vez desarrollada la fiebre, una vez sanadas las calenturas, volvimos a nuestros quehaceres diarios, entre tristes y aburridos, sonriendo con apatía por el deber cumplido...

domingo, 14 de noviembre de 2010

"Esto Es Porno (Como Cuando Caes Al Vacío II)" 0008

 Estás ahí, plantada, sin decir nada. Y no hace falta, tu mirada lo dice todo por ti... Quizás me precipité, quizás no supe verlo claro a tiempo... Claro como está ahora. El mundo a nuestro alrededor sigue su rumbo, su camino, su destino. Y tú y yo, congelados en una fracción de segundo... Una lágrima a punto de brotar de tus ojos refleja la luz de la bola de discoteca que pende sobre nosotros... Todo es cutre cuando no sacas nada de lo que esperabas. De fondo, alguna estúpida canción de algún estúpido grupo californiano que no ha visto jamás más allá de Venice Beach...

    Y sigues ahí, inmóvil, con esa mirada... No sé, quizás me equivoqué, o puede ser que dijera algo cierto... En el bullicio de la fiesta universitaria, entre montañas de tetra-briks de vino barato y contorneadas botellas de refesco de cola de dos litros (o más), mi declaración de amor fue tan inútil como siempre lo había sido. O lo habría sido... Tú me amas, lo sé, pero no es el momento, me dices. Nunca es el momento adecuado. Nunca acierto con los tempos en estas historias. O me precipito o me paro, o voy con retardo. El caso es no acertar nunca. Y ver de nuevo, repetida, una y otra vez, ésa mirada. Ésa, precisamente ésa...

    Tus ojos de Bambi reflejan mi imagen, y ojalá no lo hicieran, así no sabría qué es lo que ves cuando me dices que no. Y así no lo entendería, como lo entiendo ahora, aún sin entenderlo. Me siento desnudo entre una gran multitud, donde cientos de personas me miran y saben que he fracasado. No se ríen, pero lo saben, y si no lo hacen ahora, seguro que en breve lo harán... Mostrar sentimientos es lo que tiene... Te dejan con las vergüenzas al aire viviendo un momento de esos que sólo recuerdas en las pelis de miedo, o en tus pesadillas... Sí, como en esos sueños lúcidos, en los que eres plenamente consciente de que estás soñando, y, aún y así, no puedes evitar que suceda lo que sucede otras veces en que el sueño es más profundo... Me veo en tus ojos, y siento el miedo a perder, a morir, a caer... Es como cuando estás a punto de dormirte, pero no puedes evitarlo y das una última sacudida, intentando escapar de los brazos de Morfeo... Es, en fin, como cuando caes al vacío.

    Las sensaciones se abotargan si hay drogas y alcohol de por medio... Seguramente, mañana por la mañana no recordaré nada de lo que he visto, nada de lo que he oído, nada de lo que he hablado.

    Y si lo hago, fingiré que no, como siempre...

sábado, 13 de noviembre de 2010

"Vértigo (Como Cuando Caes Al Vacío)" 0007

Y, probablemente, no tenga que ver con nada de lo que me contaste, ni me influya en absoluto nada de lo que me dijiste. Es más que probable que lo olvide al instante, y que no haga caso de ello nunca más. Y no será porque no me parezca importante, que me lo parece, sino, simple y llanamente, porque yo soy de esa clase de tíos que olvidan las cosas sin más, aunque sean importantes.

Como aquella noche, en la que estábamos los dos tan borrachos, viendo los fuegos artificiales desde la ladera del Castillo, y tú susurraste que me amabas. Fingí que, entre las explosiones y las luces de colores, no te había escuchado, pero sí lo hice. Te quedaste en silencio unos segundos, como esperando mi respuesta, que nunca llegó, y no lo dijiste nunca más. Es curioso, pero, creo que, en aquel momento, también yo te amaba, pero tenía miedo de reconocerlo. Y lo olvidé. O como aquella otra tarde, lluviosa como nunca en esta ciudad, en que José, o Joaquín, o como quiera que se llamase aquel pseudo-novio que tuviste una temporada, me pidió, o más bien me ordenó, fíjate qué cosa, que te dejara en paz para siempre, que tú eras de  su propiedad,  y que no quería verme revoloteando a tu alrededor  durante el resto de nuestros días y yo, por supuesto, bajo aquella fría lluvia otoñal, no le hice ni puto caso. Y lo olvidé. O en aquella mañana de sábado en que mi hermano me despertó para decirme que alguien muy cercano había muerto en un accidente de tráfico, pero me dio igual, o eso le hice ver, y me di la vuelta en la cama y dormí durante horas para que se me pasara el melocotón de la noche de juerga anterior. Y lo olvidé. Ojalá no lo hubiera olvidado, y ojalá hubiera llorado entonces, o te hubiese respondido, o hubiera hecho caso a aquel pelele al que tanto quisiste durante unos meses, quizás así la vida de todos hubiera sido, no sé si mejor, pero sí, sin duda, diferente. Pero no lo hice, y la única razón que puedo aducir es que, en realidad, yo soy así…

Y, viene todo esto a cuento de aquella tarde, en aquella fiesta universitaria. Aquella tarde en que me convertí en lo que soy. Y no sé si fue por su culpa o por mi culpa, y la verdad es que, a estas alturas, nada ya importa, salvo el hecho de que no soy capaz de olvidarla. Estaba aquella chica, a la que ya apenas veo, de la que estuve completamente enamorado durante mucho tiempo, a pesar de ser, como era, novia, o lo que fuera, de un amigo, de un buen amigo. No sé cómo ni por qué, pero estábamos a solas, los dos, entre una vociferante multitud envuelta en una festiva orgía de alcohol. Nada de lo que hablé o habló fue merecedor de pasar a la posteridad, y, sinceramente, sólo recuerdo flashes de una fea realidad que el alcohol maquilló como si fuera una puta barata, muy barata. Me convertí en lo que soy al verme reflejado en sus ojos tras decirle que la amaba. Me convertí en quien soy tras ver la mezcla de pena y lástima que mi torpe declaración de amor  inspiraba en mi objeto de deseo.  Me convertí en mí al despertar del sueño del Príncipe Rana, al que nadie quiso besar para comprobar si realmente se convertía en algo, o no. Y quedó grabada en mi espina dorsal la sensación de vacío, dolor y abatimiento que sentí al verme desdibujado en las pupilas de quien, en el fondo, no sentía nada por mí, salvo pena, a pesar de sus dulces palabras. Meses después de aquella noche, en unos Carnavales salvajes, tras un intercambio furtivo de miradas, nos hicimos el amor salvajemente en la trastienda de aquel restaurante que tú y yo frecuentábamos cuando éramos adolescentes. Me vi de nuevo en sus ojos, pero me encontré distinto, diferente. A ella ya no la amaba, así que, tras vaciarme en ella, la dejé allí, sola, confundida y arrepentida. Al volver con mis amigos me acerqué a su novio y le di sus bragas. Él me golpeó en la cara. Rompieron. Por mi culpa. O no. Y aunque esto sí que deseé olvidarlo, no lo hice, y la única razón que encuentro es que, en realidad, yo soy así…

Tú no lo supiste nunca, o eso creo, pero intenté liarme con casi todas tus amigas. Y lo conseguí con casi todas. Todas ellas se resistieron, sobre todo al principio, pero luego cayeron. Recuerdo especialmente a aquella chica con la que trabajaste una temporada, y que decía que buscaba a su Caballero Andante. Era tan ingenua que casi me dolió hacer lo que hice. Dudé, pero se me pasó enseguida. Apenas una hora después de conocernos ya tenía mi lengua en su garganta, y, en menos de lo que dura un partido de fútbol mis dedos se habían deslizado por su interior. Esa noche, de la que apenas si recuerdo gran cosa, ella y yo dimos el espectáculo en todos y cada uno de los bares por los que anduvimos perdidos, desorientados y excitados. No recuerdo su nombre, pero sí su aroma, lo delicado del tacto de su piel y la fiereza con la que se entregó a mí en aquel callejón por el que lo mismo no pasa nadie como te puedes encontrar a todo el mundo, según cuánto se alargue la fiesta…

O aquella otra, tan pavisosa, tan estirada, que me miraba como si fuese un leproso, pero que se deshizo en cuanto la miré fijamente a los ojos durante diez segundos. Ella, creo recordar, tenía nombre de deidad griega, pero no estoy seguro, y me enseñó que no debo fiarme de las apariencias, pues tras cada mosquita muerta se esconde un volcán ansioso por ser explorado. Aquella noche fue inolvidable, y aún hoy se me pone la piel de gallina al recordarlo cuando me cruzo con ella en algún garito, a pesar de que mira hacia otro lado y hace como si no me conociera. Ya…

Pero, la verdad, todo esto no va de eso, o, para ser más claro, todo esto no va exactamente de eso, porque, aunque mi vida, sin duda, ha sido rica en experiencias, nada de lo que hayas hecho o dicho variará el camino que recorro, nada de lo que experimentes me hará cambiar de vía, en fin, nada de lo que pretendas enseñarme valdrá al final para nada, lo sabes y lo sé.

Esto va de esas noches en que nos reunimos, esperando desfasar, y, sin embargo, nada sucede. De esos días en que crees que nada va a pasar y se destruye el mundo. De esos instantes en que crees que ya lo has vivido todo pero algo te sorprende, para bien o para mal. Esto va de esa chica que te mira en el otro extremo del bar, y que no sabes si te mira porque le atraes o porque ya le estabas mirando tú primero. Esto va de esas noches alcohólicas en que todo te parece que encaja como la maquinaria de un reloj suizo, y de aquellas otras en que metes la pata hasta el fondo, de tal forma y manera que difícilmente hubieras podido hacerlo si lo hubieras hecho adrede. Hablo de esas noches en que vuelves a tu casa, solo, y lloras por lo desgraciado y vacío que te sientes, con el desconsuelo del que sabe que eso en particular nunca cambiará. De esas madrugadas en camas ajenas. De momentos nebulosos en que te levantas junto a alguien a quien has pagado en mitad de una borrachera. Sí, de uno de esos momentos de absoluta autodestrucción. Esto va de cuando aprietas los puños, y decides que ése, precisamente ése, es el crepúsculo de tu antigua vida, porque ya no puedes caer más bajo, y decides cambiar. Esto va, en fin, de la vida.

De la vida, sí. De esa vida inmunda que desperdicias con amigos, o lo que sea, que se dedican a apuñalarte por la espalda mientras, a la cara, te conquistan con ladinas sonrisas. De esa vida que se apaga lentamente, al lado de un cónyuge al que no conociste lo suficientemente pronto como para decidir no atarte a él para siempre. De esa vida en la que eres un Don Nadie, un tipo sombrío y sin futuro que espera que suceda algo o que aparezca alguien que le saque de la agonía. O de esa vida gris, vivida entre hormigón y acero, quemada en noches sin freno en locales con luces fosforescentes, con chicas que se dejan manosear por todos y por nadie, con drogas, alcohol, sexo y diversiones prohibidas. Sí, esa es la vida que aparentemente todos deseamos, pero que, cuando la alcanzamos, nos deja vacíos, yermos e inertes. De esa vida que quisimos y no pudimos vivir, de ese tránsito, de esa perversión, de esa mueca siniestra en el rostro del destino que todos, tú y yo incluidos, nos vemos obligados, o no, a vivir, y que sólo los hados saben dónde, cómo o cuándo acabará. Y por eso, amigo, te digo que, dado que la vida es efímera, hay que respirar profundo, follarse a esa tía, beberse esa copa o meterse esa raya, y dejar que, lo que sea que haya de venir, cuando quiera, pues eso, que venga.

Si nada de lo que me rodea me resulta especialmente excitante, si nada de lo que veo a diario me inspira, si nadie de alrededor hace que mi alma vibre, ¿qué he de hacer? Volverme humo, desaparecer entre la multitud, convertirme en todos y cada uno de los tipos que más he odiado en mi vida, para así, quizás, lograr pasar desapercibido.

viernes, 12 de noviembre de 2010

"El Grito (El Hombre De Hojalata II)" 0006

...y nada de lo que me puedas decir, nada de lo que me quieras explicar servirá de nada, porque, otra vez, he hecho el tonto, y otra vez me ha pasado lo de siempre, lo de todas las veces, pienso, pienso, pienso, planeo, y, para cuando actúo, ella ya está con otro, y no sé, quizás así sea mejor, porque había mil y un motivos para ni tan siquiera intentarlo, pero, claro, a toro pasado todo parece evidente, fácil y sencillo, y todas las señales me llevaban a una conclusión clara, la que al final ha sido, pero, por una vez, por una puta vez, algo de todo lo que ya había pasado en mi imaginación podía pasar en la puta realidad de mierda, esta realidad en la que no soy como soy de verdad, porque, para qué negarlo, tampoco me atrevo a ser todo lo nerd-cool que quisiera ser, me quedo siempre a medio camino en todo, ni soy escritor, ni soy guionista, ni soy cool, ni soy retro, sólo soy un puto impostor que hace ver que sabe de qué va la vida, que hace ver que sabe de tantas y tantas cosas cuando de casi todo desconoce algo, ignorante renacentista que de todo ignora algo, y, sin embargo, esta vez, como tantas otras, decido levantar cabeza, actuar como un hombre y comportarme como se supone que debe uno hacer, tiro mis creencias, me paso mis prejuicios y mis auto-impuestas normas por donde la espalda pierde su casto nombre, decido espabilar, y, al final, el resultado es el mismo de siempre, ¿por qué no puedo encontrar yo a alguien?, ¿quién usurpa mi presencia en el corazón en todas y cada una de las mujeres que en mi vida he amado y que (por supuesto) jamás me han correspondido?, ¿por qué todas las maniobras, todos los momentos espontáneos, todos los momentos minuciosamente planeados acaban siempre de igual manera?, ¿qué tipo de maldición me persigue que hará vagar mi alma, eternamente olvidada, eternamente no amada?, ¿quién ha decidido que todo esto debe ser así?, es algo superior a mí, y no, no es que todo acabe con un "no, es que te odio", o un "no, es que me das asco", no, eso sería aceptable, lo peor, lo puto peor, es que todas y cada una de las veces que han lacerado mi corazón, ha sido a cambio de dejarme bien claro que lo que valoran es mi amistad, mi puta amistad de mierda, lo cual es simple y llanamente falso, ni siquiera sinceridad en un momento cumbre, no merezco esto, lo sé, y sé que, las más de las veces, es por mi culpa, pero intento mejorar, de verdad lo intento, no bebo, sólo para no emborracharme y no hacer el idiota ni herir a nadie en sus sentimientos, me cuido, procuro vestir bien, tengo una conversación amena, rica, educada y atenta, incluso fuera de los temas frikies, joder, ¡qué coño pasa conmigo!, ¡qué coño pasa!, no hay forma de que la gente que me interesa me acepte, ¿ven en mí a un impostor, a un falso, a alguien de quien no se puede uno fiar?, ¿a alguien que no tiene sentimientos, en fin, a alguien sin corazón?, ¿ven en mí al hombre de hojalata?, quizás, no sé, y lo peor de todo es que jamás conseguiré mejorar, no soy capaz de procesar este tipo de cosas, fracaso, fracaso, fracaso, uno, dos tres, y así hasta cien, y no, no es que crea que esta va a ser la última vez que intente acercarme a alguien y me ponga una espada en el corazón, habrá más, seguro, habrá más veces en las que llore en mi cuarto por no saber de qué coño va todo, qué es lo que hago mal en qué es en lo que fallo, así, me sentaré sólo en un rincón, deliciosamente EMO, deliciosamente frágil pero distante, cogeré de nuevo mi portátil y volveré a escribir fuego y a escupir lava volcánica formada por ira, miedo, desencanto y frustración, pero, si te soy sincero, y aunque no me lo preguntes, te diré que, la próxima vez, no sufriré, y ahora lo sé, porque no tendré corazón para que nadie pueda romper, no, a partir de ahora, seré frío y calculador, no tendré sentimientos, y me convertiré, al fin, en el hombre de hojalata que tanto deseo ser, tal como era al principio de "El Mago De Oz", y sé que así no me harán daño, porque tan sólo habría una forma, y es si tuviera corazón, y no, ni siquiera eso me consuela...

"El Hombre De Hojalata" 0005

Poco tiempo después de su aventura por las tierras de Oz, el Hombre De Hojalata volvió a su hogar. Lejos ya de Dorothy, Espantapájaros, León y la mentira encontrada en la Ciudad Esmeralda al final del camino de baldosas amarillas. Ahora ya sabía qué era sentir amor, odio, envidia, pasión... en fin,  todas las emociones que nunca había podido experimentar cuando no tenía corazón... O cuando no sabía que lo tenía.

Desandando el embaldosado camino, llegó a la tierra donde había sido construido, un yermo territorio metálico en el que el único sonido audible era el chirriar de goznes metálicos de sus habitantes al moverse, y donde sólo se podían ver réplicas de sí mismo, con diferentes ornamentos, pero igual aspecto físico.

El Hombre De Hojalata, sabio tras su peripecia vital, aprendió en su viaje que las emociones están dentro de cada ser, y que nadie puede escapar a ellas. Durante años, había conseguido evitar las sensaciones, había mantenido ocultos los sentimientos, y los había escondido bajo su aspecto deslumbrante de chapa metálica, sus adornos cromados y su mirada impenetrable. Sin embargo, en aquellos instantes, decidió que, dado que vivir sin sentimientos ni emociones no le había reportado beneficio alguno, ahora que daba los primeros pasos de su nueva vida, iba a hacer que todos ellos le condujeran a encontrar a la persona que debía amar.

Así, el Hombre De Hojalata emprendió un nuevo camino, dejó de nuevo tras de sí la seguridad de su aldea robótica, y se adentró en las tierras que había más allá del arco iris, más allá del horizonte desplegado bajo el tercer sol de la mañana, en busca de un incierto amor, ávido de sensaciones, necesitado de encontrar quien lo completara, ansioso de ser amado y de amar. Llevaba varias jornadas caminadas cuando encontró, al fin, en una pradera de color púrpura, y junto a un pequeño bosque de sauces llorones, lo que su corazón ansiaba. Allí, cerca de una laguna, encontró a una Dama y vio, al fin, en su mirada, que quizá podría ser quien llenara de calor el corazón que ahora pedía a gritos ser reconfortado. El Hombre De Hojalata se quedó allí, junto a la laguna, pensativo, imaginando cuán maravillosa iba a ser la vida que le esperaba a partir de entonces, dibujando en su imaginación todos y cada uno de los maravillosos pasos que, a partir de ese momento, se iban a suceder. Planeando todos y cada uno de sus futuros movimientos para conseguir el amor de aquella hermosa Dama. Así estaba, inmóvil, pensando en los futuros placeres que le deparaba su existencia, sin darse cuenta de que, debido a la humedad que circundaba la laguna, y al tiempo precioso que estaba desperdiciando, la herrumbre y la maleza hacían presa en él, acabando con su brillante armadura, con los cromados que la adornaban y cegando su mirada impenetrable. Inexorablemente, pasaron noches y días, estaciones y años, y el Hombre De Hojalata, cada vez más encantado de haberse conocido, trazaba, paso a paso su propio plan maestro sobre cómo conquistar a su Dama, sobre qué pasaría y qué no, en fin, sobre toda su vida.

Cuando, al fin, decidió que era hora de pasar a la acción, intentó moverse, haciendo un esfuerzo sobrehumano, pero todo fue en vano. Inmóvil, observó a su Dama, y, por un instante, creyó estar viviendo ya su futura vida junto a ella. Sin embargo, al prestar algo más de atención, al conseguir enfocar su mirada, al observar de cerca, las lágrimas brotaron de su alma, deshaciendo el encanto, al ver que esa vida, su vida soñada, su existencia anhelada, su amor, era vivido por otro ser diferente, un Hombre De Mimbre, que entregó su corazón y sus sentimientos a la Dama cuando la conoció, mientras él, un simple Hombre De Hojalata, criaba óxido y vegetación junto a la laguna. No habría ya vida futura, ni existencia amorosa, ni ninguno de los dulces sueños que su corazón había dibujado para su propio solaz, o, al menos, no junto a su Dama.

"Lo más triste de todo", se dijo a sí mismo el Hombre De Hojalata, "es que, quizás si me hubiese acercado y le hubiera explicado a la Dama cuán preciosa vida nos esperaba, cuán excitante experiencia vital íbamos a compartir, seguramente no hubiese habido lugar a la llegada de ningún otro Hombre, fuese de mimbre, hojalata o cartón".

Y, de este modo, y dejándolo atrás, su Dama y el Hombre De Mimbre se perdieron en la lejanía contentos en su plácida existencia, perdiendo de vista la laguna, el bosque de sauces llorones, la pradera de color púrpura y todo lo que significaban. Y allí, atrapado entre enredaderas y despojado de su antiguo brillo, quedó el Hombre De Hojalata, aquel que, de puro frenesí, vivió en su fantasía mientras la vida le anclaba en la dura realidad. Entonces, sólo y, entre lágrimas, pidió al cielo, con todas sus fuerzas, volver a su antiguo ser, no tener corazón de nuevo, porque así, impasible al sufrimiento, su vida de Hombre De Hojalata era más llevadera, menos dificultosa, y, sin duda, más apacible. Porque, la vida era más sencilla cuando el Hombre De Hojalata no tenía corazón... O cuando no sabía que lo tenía.

jueves, 11 de noviembre de 2010

"Una Noche Cualquiera (Fran Rivera)" 0004

Te planté en el “Close”. Sólo por no escucharte. Y, ya por aquel entonces, había decidido dejarte por otra con más clase… Y no es que tú no la tuvieras. En honor a la verdad, me enamoré de ti porque, aquella tarde, me recordaste a Audrey en “Desayuno Con Diamantes”.  Pero fue sólo aquella tarde. Después nada estuvo a la altura, y no podré decir jamás que la culpa fuera exclusivamente tuya. Así que, aquella noche, te dejé tirada. No fue la primera vez, pero, a la postre, sí que sería la última. Cuando, horas después, me encontraste en aquel otro bar en brazos de aquella chica con flequillo que me recordaba, en cierto modo, a Lauren Bacall, decidiste que lo nuestro había terminado. Y, ¿qué quieres que te diga? No me dolió, a decir verdad, sólo fue la respuesta lógica a lo que yo hago siempre. Procuro que me dejen, porque las rupturas me dan tanta pereza… A los pocos días, todas tus amigas habían dejado de hablarme, aunque, poco después, algunas de ellas se colaron en mi cama. Ya sabes lo que dicen, para follar no hace falta hablar, ¿verdad? A la vez, miles de historias falsas sobre mí empezaron a circular por todos los rincones de Burgos, historias en las que yo no quedaba en muy buen lugar, pero que, a pesar de todo, no hicieron sino incrementar mi morbosa popularidad entre las mujeres más desequilibradas. Ya lo dicen los publicistas: “La mala publicidad no existe”. Todas esas historias salieron de ti, y casi te lo agradezco. Pasé meses sin verte, sin saber nada de ti, y no te eché de menos ni por un instante.

Así que, aquella noche, cuando de nuevo nos encontramos por Las Llanas, casi dos años después, dudé si saludarte o no. Pero, cuando me di cuenta de que hacías denodados esfuerzos por hacer ver que no me habías visto, decidí que debía saludarte. Llevabas el pelo diferente, y te habías puesto unas gafas que te hacían parecer una intelectual pseudo-feminista de los años sesenta. Tartamudeaste al responderme y te apartaste cuando quise darte dos besos. Yo sonreí, te presenté a mi última conquista-objeto e hice un muy grosero comentario sobre tu falta de habilidad sexual en el pasado. Intentaste abofetearme, pero me zafé de ti con la habilidad de un galán de cine de los años cuarenta, sonrisa torcida y mirada de desprecio incluida. Más tarde, ya en mi casa, follé con mi acompañante florero, imaginando que eras tú la que abría sus piernas ante mí en su lugar…

Al cabo de unas semanas, me enteré de que estabas saliendo, en serio, con aquel idiota que había coincidido conmigo  en aquel curso en que decidí abandonar la carrera, y que era algo así como una mala imitación de Fran Rivera, y que siempre sonreía aunque no supiera de qué coño le estabas hablando. Y, como no le podía soportar, decidí que debías ser mía de nuevo, pero, más aún, que él debía enterarse. Así, el siguiente fin de semana, me dediqué a buscarte por todos esos garitos por los que ibas, con esas amigas tuyas tan poppies, tan modernas, tan pagadas de sí mismas, tan palurdamente trasplantadas de los viveros de modernidad capitalinos en los que vivían durante el curso universitario, tan en plan: “Oye, vivo fuera, sé lo que es la vida porque la he visto, y necesito que me mires, que me admires, que sepas que soy lo más que vas a ver y quizás probar en esta rancia capital castellana”, te busqué en todos esos sitios, hasta que te encontré en la Calle San Juan, en el garito pop-porrero  por excelencia, el “Ram-Jam”. Allí estabas, tan tranquila y sonriente, con el flequillo derramándose sobre tus ojos verdes, vestida de negro, fumando un cigarrillo extra-largo, haciendo ver que, probablemente, eras lo mas ‘cool’ que hubiera pasado por allí jamás, lo más británico desde el advenimiento de los Beatles... Oh, y no estabas sola.  Allí estaban, también, al menos dos de las más fogosas amigas tuyas, de esas que habían conseguido sonrojarme por lo procaz de sus insinuaciones en la cama apenas semanas después de que tú y yo lo hubiéramos dejado. Y que habían repetido en más de una ocasión, si te soy sincero. También estaba tu Fran Rivera, que respondió a mi saludo con una de esas estúpidas sonrisas que tanto acostumbraba.  Esta vez no me rehuiste los dos besos al saludarte, pero apartaste el brazo cuando, suavemente, te cogí la mano, como sin querer, pero queriendo, qué te voy a contar. Me pegué a vosotros, con la peregrina excusa de que había quedado allí con alguien, y, mientras tus amigas se clavaban las uñas para ver cuál de las dos acabaría conmigo en la cama esa noche, y a pesar de que sopesé seriamente que fueran, fácilmente, las dos a la vez, recordé mi propósito inicial, y decidí de nuevo que tú serías mi víctima.

Fui condenadamente cordial, risueño y dicharachero, y, tras fingir una llamada al móvil con la que me daban plantón, puse ojos de cachorro y conseguí que Fran me pidiera que me quedara con vosotros, idiota, a pesar de que tú hacías un más que claro gesto de disgusto ante tal idea. Recorrimos todos los bares más de moda, y en todos ellos saludé a camareros, porteros, pinchas y dueños, haciendo ver, como en realidad así era, que soy un claro y conocido animal nocturno, haciéndote ver a ti que soy alguien que merece la pena, como en realidad así soy. En todos y cada uno de los bares en que estuvimos intenté meterte mano, primero casi como por casualidad, luego abiertamente. Y, aunque al principio esquivabas mi contacto con maestría de bailarina, según avanzaba la noche, y el alcohol corría, tu resistencia era más liviana, hasta el punto de que, en el “Close”, donde una vez acabó todo lo nuestro, te estuve tocando el culo, y más,  todo el rato delante de tu novio Fran, o lo que fuera, escudado en la multitud. Y, sinceramente, no sé lo que pensaría él al saber que, cuando se marchó al baño, te mordí la boca delante de tus calientes amigas, que no cabían en sí de asombro.  O al darse cuenta de que, al salir él del baño, ni tú ni yo estábamos ya esperándolo. O, cuando, a la mañana siguiente, le mandé a él al móvil el vídeo que grabé mientras te follaba en mi cama de todas las formas imaginables y me pedías más y más. Cuando me cansé, te sugerí, te ordené, que te fueras a tu casa, o a buscar a Fran, o a donde te apeteciera, que no fuese mi piso. Me montaste una escenita, y te eché, a medio vestir.  Tras aquello, no creo que tuvieras ganas de verme de nuevo, y seguro que Fran menos. Yo tampoco quería verte a ti, ni después ni antes. Sólo hice lo que hice por divertirme, como hago una noche cualquiera…

miércoles, 10 de noviembre de 2010

"Asesino En Serio" 0003

Ésa era la primera noche que había dormido de un tirón en meses. Ésa era lo primera noche que no había tenido pesadillas en meses. Ésa era la primera noche que no había meditado en silencio sobre la, cada vez más persistente y tenaz, idea de suicidarme en meses. Y todo porque, al final, me dejé llevar. Me saqué a mí mismo del corsé que me aprisionaba, que no me dejaba ser quien soy en realidad. Ésa era la primera noche que mataba a alguien en meses.

Y, a diferencia de las veces anteriores, aún no me acechaban los remordimientos, ni el complejo de culpa, ni nada por el estilo. Estaba completamente relajado, en una especie de nirvana cósmico. Era, sin duda, la sensación más placentera de calma absoluta que había experimentado en mi vida. Como un orgasmo de tranquilidad. Nadie me había visto. Nadie podría relacionarme con la víctima. Nadie pensaría jamás que yo era capaz de hacer lo que hago. Nadie. Como las otras veces. Como todas las otras veces. Como absolutamente todas las otras veces en que había asesinado a alguien por el mero placer de hacerlo. Nunca nadie había sospechado jamás de mí. ¿Cómo podrían hacerlo? ¿Cómo?

Muchos días, al despertarme, en ese momento en que aún tienes la boca pastosa y tu cabeza no rige aún a pleno rendimiento, habría querido acabar con todo. Hubiese hecho casi cualquier cosa por detener todo, en momentos como esos. Instantes fugaces en los que mi conciencia primaria tomaba el mando de mis actos. Frente al espejo, en más de una ocasión, he deslizado por mis muñecas, juguetonas, las cuchillas que utilizo diariamente para afeitarme. Una muerte fácil, dicen. Placentera, dicen. Casi indolora, dicen. Me hubiera tendido cándidamente en la bañera, con agua tibia, y me hubiese abandonado al cálido, dulce, letal y reparador sopor. O, quizás, hubiese saltado por la ventana de mi apartamento. Diez plantas abajo. Nueve, ocho, siete… El viento hubiese despeinado mi cabello… Seis, cinco, cuatro… Un inevitable grito saldría del fondo de mi garganta, del fondo de mi ser… Tres, dos, uno… Últimos instantes de vida… Suelo... Y adiós, hasta otra. O hubiese ingerido un cóctel mortal de medicamentos, drogas y alcohol. Sí, una muerte de estrella del rock’n’roll, o de actor maldito de otra época de Hollywood, de esos tiempos en que se permitían, y se jaleaban,  los excesos, la promiscuidad, la vida llevada al límite. No como ahora, que todos son hipócritas y asépticos... Pensé en tirarme al encuentro de un convoy del metro, lanzarme frente a un autobús, dejarme caer frente a un camión de reparto, y miles de formas más de ser atropellado. Desfigurado. Irreconocible. ¿Anónimo? Pero todos esos pensamientos, esos planes, esas escapatorias metafísicas se me olvidaban enseguida, una vez despierto, una vez que observaba todo lo que me rodeaba… ¡Despierta, es una mañana maravillosa!

No es fácil esconderse. No es fácil huir. No es fácil pretender ser quien no se es, pero, con tiempo, paciencia y dedicación, se puede conseguir. Siendo como soy un monstruo imperturbable, me oculto, con mis atrocidades, a plena vista. Si la gente, hoy en día, se parara a mirar un poco a la gente que le rodea, me descubriría enseguida. Pero no. Cada uno va a su bola, a lo que va, no presta atención a las señales, a los comportamientos, al resto de la Humanidad. Hormigas trabajadoras que van y vienen. Colonias de zombis trabajadores que vienen y van. Enjambres de seres sin identidad propia que vagan por la Tierra como si fuera su casa, sin darse cuenta de que yo, y otros como yo, también habitamos en ella. Si me miraran a los ojos, sabrían quién soy, quién les vigila, quién es el que hace esas cosas que luego otras hormiguitas publican en sus periódicos… Pero no lo hacen. No me miran, por eso, a pesar de que estoy ahí siempre, no me ven. Ya no.

No huyo. No me escapo de nadie, porque nadie me persigue. No hay pasos que me acechen, no hay turba furiosa que desee acabar con mis andanzas, no hay venganza hacia mí, ni temor a ella en mi corazón. Nada de lo que me puedan hacer será peor que cualquiera de las cosas que yo he hecho ya antes. Y cuento con la ventaja de que el mundo civilizado jamás hará lo mismo que yo. No habrá ojo por ojo, no habrá diente por diente. Aún en el hipotético caso de que alguna vez reparen en mi existencia, y decidan castigarme por mis acciones, una vez expuestas mis miserias ante ellos, no podrán digerirlas, no podrán entenderlas, y creerán que estoy loco. Que soy un loco. Un simple loco. Un tarado. Me estudiarán, intentarán rehabilitarme, reinsertarme en su sociedad vacía e inculta. No tolerarán que un ser humano, un congénere, uno de los suyos, sea lo que yo soy. Buscarán indicios, historias pasadas, violencia o malos tratos, comportamientos degenerados en mi familia, lacras sociales a las que asirse, pero no las encontrarán, y, cada noche, cuando piensen en mí, tendrán miedo, porque sabrán que el hombre del saco, el sacamantecas, el monstruo del armario, en realidad, sí existe, y soy yo. Por eso no huyo. Por eso no huiré.

Ya no finjo, ni pretendo ser nadie aparte de quien sí soy. No hace falta. Nadie repara en mí lo suficiente como para ver lo que, a voces, soy. A nadie le preocupa que vaya siempre solo, que frecuente tugurios inclasificables, que no duerma por las noches o que no coma jamás en condiciones. Si acaso, alguna vez me miran con cara rara cuando digo que no fumo ni bebo, aunque sea mentira. No me disfrazo de nadie, porque el monstruo que soy no es tan extraño al fin y al cabo. Depredadores hay muchos, y, oculto entre ellos, no hace falta que esconda mis fauces demasiado.

lunes, 8 de noviembre de 2010

"Saber Que Te Hundes" 0002

Hay instantes en la vida en los que sabes que te confundes. Cuando entras en un garito oscuro en el que todos te miran con cara rara, seguramente te has confundido de sitio. Cuando intentas coger la cartera del bolsillo de la americana del tipo de al lado mientras la tiene puesta, seguramente, también. Pero cuando llamas a la ex de un amigo con la que crees que pudiste haber tenido un affair, es fijo que te confundes. No importa que ella te invitara a su casa en alguna ocasión. No importa que te robara un beso en un momento de indefensión. Ni siquiera es importante que ella te dijera que te amaba un día de alcohol, no. Sabes que te confundes, y eso es lo peor.

Llamas a mujeres a las que en un pasado no te atreviste a hablar de tus sentimientos, porque eras un cobarde antes y lo sigues siendo ahora. Esperas que los sentimientos que albergas por tus intereses de antaño sean ahora, con el paso del tiempo recíprocos. No importa nada ya, porque no lo serán. Y, en el peor de los casos, quizás sí lo sean. En el peor de los casos, quizás sí debiste haber hablado con ella diez años atrás, cuando te demostró que te apreciaba, y quizás algo más. En el peor de los casos, descubrirás que todo este tiempo es lo que has perdido, que ella te amaba y tú lo has sabido pero que, entre tanto, los dos habéis sido como un barco hundido. Quietos, parados, silentes, vacíos...

No es buena idea remover el pasado. No es buena idea. Las cosas que fueron deben quedar atrás. Y las que no se dieron, se deben olvidar. Saber que te hundes no es un consuelo, pero ayuda, y mucho, a sobrellevar el duelo...