Powered By Blogger

miércoles, 5 de enero de 2011

"Las Musas" 0030

Se despertó por la mañana, casi ya por la tarde, y junto a él ya no yacía nadie. Se desperezó, semi-inconsciente, abrazado aún a sus ensoñaciones y los dispersos recuerdos de la noche anterior, que había sido gloriosa. En su boca se entremezclaban los sabores del Marlboro Light, el Jack Daniel's y el rojo de labios de aquella muchacha tan atractiva a quien conoció hace algún tiempo, y con quien se había reencontrado la tarde anterior. Ella era muy bonita, aunque nunca hacía ostentación de ello. Ojos de agua, preciosas pecas recorrían su cuerpo y un pelo negro y brillante como las tinieblas del espacio exterior. Su conversación era siempre interesante y su timidez resultaba turbadora. Nunca supo por qué le habló por vez primera ni por qué dejaba de hacerlo cuando a ella le venía en gana, aunque no le importó, porque eso es algo que sólo se pueden permitir las mujeres como ella, apariciones etéreas, de esas que te alegran el día con su presencia, o te lo destrozan con su ausencia.

Los antiguos Griegos las llamaban Musas, porque eran las que inspiraban a los artistas. Hoy, un artista, un pretendido artista, ha de tener su Musa. Ha de tener quién le inspire. Ha de tener una sonrisa, una mirada o una voz que le haga recordar el modo en que puede transformar sus ideas en Arte. Pero eso no es fácil. Las Musas son caprichosas, y lo mismo que aparecen desaparecen, huyen, te esquivan o vuelven. Una Musa no es algo que puedas dar por garantizado. Una Musa te puede doler. Puede hacer que desees no haberla conocido nunca, desear que no hubiera despertado en ti el ansia creadora. Una Musa puede ser una bendición, o una pesadilla.

Así pues, mientras se colocaba el cabello, sentado al borde de una cama en la que aún quedaba la silueta de su musa, decidió que debía escribir algo. Algo que no tuviera que ver con él, sino con viajes, con ciudades costeras, con chicas turbadoras y gente que tiene suerte sin saberlo. Decidió que debía escribir la historia de su vida sin que él saliera en ella. Decidió que las Musas no son grata compañía cuando no desean serlo, y que las Musas son libres como el viento, y a veces soplan su inspiración sobre ti, y a veces no. Y que, por si acaso esa Musa decidía no insuflarle su bendición nunca más, a partir de ahora las Musas deberían encontrarle trabajando, escribiendo, creando, porque eso es lo que les gusta a las Musas, casi más que el que te preocupes por ellas, de ellas o por ti sin ellas. Otra noche, quizás ya prefijada, la Musa volverá, te sonreirá y te hará pasar la noche de tu vida. Entretanto, de punta a punta del mundo, los que tienen algo que contar y lo hacen, deciden esperar a su propia Musa, para que baje de su Vía Láctea y les ayude a escribir poemas, novelas, cuentos y canciones de amor...

No hay comentarios:

Publicar un comentario