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lunes, 3 de enero de 2011

"Era Un Perdedor" 0028

Eligió ser un perdedor porque esa era la única salida posible para alguien como él. Nunca había sentido contra su cara el rocío fresco de la mañana, ni había olido las rosas en un jardín botánico, ni había sentido su corazón arder de pasión por nadie, ni siquiera en sueños. Su sonrisa, aparentemente franca, ocultaba un mar de mentiras, una insalubre ristra de momentos para olvidar y una colección de traumas que hubieran hecho las delicias de cualquier clínica psiquiátrica durante años. Sin embargo, de cara a la galería, pasaba por ser un tipo perfectamente normal, uno de esos que las madres quieren para sus hijas, pero que ninguna hija en su sano juicio desea jamás para sí misma. Responsable, serio, razonablemente atractivo y con cierto gusto. Pero siempre rodeado por un aura gris que nadie sabía de dónde procedía exactamente, pero que hacía que todo a su alrededor se secara, se pudriera o muriera.

Eligió ser un perdedor, sí, porque a la gente como él no le queda más remedio. La soledad era su marca de fábrica, una soledad impenetrable como la noche más oscura. Nadie recordaba nunca quién era, qué hacía, o su nombre. Nadie le enviaba flores en una fecha señalada, ni una tarjeta cuando era su cumpleaños. Se  sentaba cada tarde al pie de su cama, al salir del trabajo, y esperaba las horas muertas hasta que la dueña de la pensión en que vivía le avisaba de que la cena estaba hecha, o de que empezaba aquel programa que había visto con ella una vez, pero que en realidad odiaba. En silencio, absorto en sus pensamientos, apenas si conversaba con nadie, porque sabía que, aunque lo hiciera, nadie le escucharía al final. Sus historias y sus vivencias desaparecieron enterradas en el tiempo, al no ser rememoradas, ni jamás contadas.

Era un perdedor, sí. Pero no lo eligió él. Lo era porque no tuvo más opción. En su vida nunca brilló el Sol una tarde feliz en un parque, ni cogió la cálida mano de nadie para pasear por la arena de la playa. Nadie acarició su espalda ni le dijo una palabra de amor al oído. Por eso, el día que apareció su cuerpo, ahorcado, colgado de la lámpara de su despacho con su propio cinturón, a nadie le sorprendió que, en los quince días que llevaba allí puesto, nadie lo echara de menos...

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