Powered By Blogger

domingo, 9 de enero de 2011

"Historia De Lo Nuestro" 0032

Lo nuestro empezó a saltos y terminó de golpe, como lo hacen todas las historias de amor que se precien. Nos conocimos de forma casual, en una terraza de verano, y sin saber por qué, empezamos a hablar. Nos caímos bien, nos parecimos interesantes, y nuestros mutuos envoltorios nos parecieron lo suficientemente atractivos como para prorrogar nuestro encuentro en otras cuatro o cinco ocasiones. Hablábamos de música, de cine clásico y de otras cosas en el fondo banales, porque, en realidad, lo que nos apetecía era vernos, era olernos, era besarnos, era mordernos,  era arañarnos. Lo que queríamos era hacernos el amor de manera salvaje, pero, en cambio, hablábamos de arquitectura, de filosofía o de cualquier otra cosa perfectamente snob e intrascendente. Así pasaron varias tardes al sol del norte, que parece que no quema, pero sí lo hace, y calienta. Y mucho.

La última tarde,  en esa terraza junto a aquella fuente de estilo francés, nos atrevimos a besarnos por primera vez, objetivo único de nuestro acercamiento mental. Nos besamos hasta que nos quitamos el sabor. Nos acariciamos hasta borrar nuestras huellas dactilares, y nos prometimos amarnos y protegernos, aún sabiendo ambos que era mentira, producto de una pasión efímera como un fuego fatuo. Nos perdimos en aquel parque, que era como un bosque artificial dentro de una jungla de asfalto, hormigón y cristal. Paseamos de la mano, sólo porque así nos asegurábamos de que el otro no se nos escaparía. No podía dejar de mirarte, y mis ojos azules se reflejaban en tus gafas ahumadas de montura vintage, creando el trampantaojo de que mis ojos eran tus ojos que me miraban. Nos besamos, y, en un claro apartado de las miradas furtivas, nos amamos. No fue premeditado, o tal vez sí. Aquella tarde nos tuvimos el uno al otro de manera salvaje, sin conocimiento, sin ningún otro tipo de conexión activa, más allá de la puramente irracional, física y sexual. Tras aquello, nos acercamos a una antigua cantina que ahora era de lo más in del momento. Bebimos vino, y hablamos de cosas que a nadie le importaban, ni siquiera a nosotros mismos. Me dijiste que te encantaría enseñarme Francia, y planeamos nuestro próximo viaje relámpago a Londres. Me prometiste explicarme los secretos de "Un Perro Andaluz", y yo juré contaminarte con ese cine pseudo-intelectual tan intelectualmente vacío que tanto me gusta. Nos prometimos no abandonarnos, sin importarnos lo que quisiera pensar el resto del mundo, ajeno a nuestras sensaciones, nuestros sentimientos, nuestras pulsiones. Nos lo prometimos, aún sabiendo que nunca lo cumpliríamos... De madrugada, en tu portal, te despedí como un caballero galante. Me cogiste del corbatín y me invitaste a tomar una última copa de vino en tu casa. Acepté, por supuesto. Esa noche, increíble, llevó hasta el límite más extremo nuestras mutuas percepciones, haciendo que cada mínima extensión de nuestro sistema nervioso llegara al nirvana...

Lo nuestro empezó a trompicones y terminó en seco, como lo hacen todas las historias de amor que duelen, marcan y hacen llorar. Nuestra mutua adoración, nuestra pasión recíproca, como si de una estrella errante se tratara, sufrió de explosiones y estallidos en su superficie, arrebatos de ira, celos y desprecio que resquebrajaron nuestros sólidos cimientos. O quizá no tan sólidos, después de todo. ¿Sabes? Me caías mejor antes de nuestra primera discusión seria. Antes de que intentaras anularme como persona. Antes de que quisieras colgarme todos tus complejos a mí. No quisiste que te ayudara, y preferiste huir. El tercer acto de nuestra relación fue un adiós tajante, sin réplicas ni derecho a ellas. Hoy hace siete años desde la última vez que te vi, en aquella calle en la que apenas nos dirigimos la palabra, y seis años y medio desde la última vez que intenté ponerme en contacto contigo, el día de tu trigésimo primer cumpleaños, ése que íbamos a celebrar en aquel bar tan anticuado... Hoy es 7 de Enero de 2017, y no sé qué haría si volviera a verte. No sé si iría en tu busca para besarte de nuevo y abrazarte, o si por contra huiría de ti, tan sólo por no verte. Pero si que es cierto que, otra vez, en la misma terraza en que nos encontramos aquella tarde de primavera, mi corazón late con fuerza cada vez que recuerdo tu ausencia...

4 comentarios:

  1. ¿Y siempre ha de ser en seco? pues vaya...

    ResponderEliminar
  2. Las historias que terminan como deben terminan en seco. Las que se alargan, además de dolerte, marcarte y hacerte llorar, consiguen que se te resquebraje el alma.

    ResponderEliminar
  3. Pues deberíamos poder tener post-relaciones cordiales, nada de rupturas abruptas y para siempre, deberíamos ser más personas y poder conseguir que una persona que ha formado parte de tu vida no desaparezca como si hubiera muerto o nunca hubiera existido.

    A no ser que te hayas dado cuenta de que es un/a gilipollas integral, claro... :)

    ResponderEliminar
  4. Deberíamos, sí. Deberíamos. Pero ya ves que suele ser que no. Y no hace falta que ninguno de los dos sea gilipollas integral. A veces, simplemente pasa...

    ResponderEliminar