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domingo, 1 de abril de 2012

"Sor Citröen" 0058

Ayer, estaba en mi casa, tirado en el sofá, zapeando como un descosido, hasta que me crucé con "Cine de Barrio". Suelo pasar de estas pelis, ya las he visto mil veces, y me las sé casi de memoria, pero mi espíritu kitsch y retropop me hizo detenerme en ella. Ponían "Sor Citröen", otra vez. La pillé justo en la escena en la que la malograda (hay que poner esto, ¿no?) Gracita Morales lleva a una niña, con su vestidito sesentero y su corte de pelo de niño a ver su hermano pequeño, que está en otro orfanato, en el que el cura encargado es Juanjo Menéndez. Les dejan verse todas las semanas un par de horas, y, al separarse, la llantina llega de la pantalla al patio de butacas, del patio de butacas a la platea, y, por la magia catódica (aunque ya es más bien digital), de allí al salón de nuestras casas, quién lo diría en aquella época, ¿verdad?

El caso es que, al ver a esa niña, mis ojos se empañaron, y no por lo especialmente sensiblero de la historia, sino por los recuerdos que esa niña me trajeron de golpe, cosa que no me había pasado nunca hasta ayer, y que creo que volverán a mí cada vez que vuelva a ver esta película en las míltiples reemisiones que el destino y RTVE nos deparen. Esa niña, con el pelito corto, y con aquel vestido, era igual que tú en la foto aquella que me enseñaste de cuando tenías seis, o siete años, y me contaste que tus padres te cortaban el pelo a lo chico, aunque tú querías llevarlo largo, como las demás niñas. Esa foto en la que, a pesar del tiempo, ya se distinguían tus ojos de color aguamarina, y tu sonrisa pícara, de niña traviesa. Te conocí un día que ya no recuerdo apenas, y me enamoré de ti casi al instante. Hicimos planes que nunca se cumplieron, y que, visto lo visto, seguramente jamás lleguen a realizarse. Nos enfadamos, nos amigamos de nuevo, hablamos del futuro, del presente, de cosas de cuando éramos niños, de todos esos sueños que podríamos ver cumplidos, de todo, de todo aquello...

De todo aquello hoy ya apenas queda nada. Tan sólo la voz de tu conciencia que aparece de manera intermitente, a modo de Pepito Grillo, para recordarme que estás ahí, aunque ya prefiera no verte. No te confundas, no te aparté porque te odiara, sino más bien todo lo contrario. Las cosas son mejores cuando se saben de antemano, y nuestra amistad, o lo que fuera, nunca tuvo demasiado sentido. Tú eras fuego, juventud y fantasía juvenil. Yo era hielo, premadurez y fantasía crepuscular. No hubiera salido nada bueno de aquello y los dos lo sabíamos, aunque fingiéramos ignorarlo. Aquella tarde, en aquel bar al que no queríamos ir, supe que, si tú me lo hubieras pedido, me hubiera quedado contigo para siempre. Pero no lo hiciste. Normal. Mis fantasías crepusculares, como de cowboy derrotado, nunca se cumplen, y, en el fondo ambos sabíamos que eso no pasaría jamás. Sin embargo, aún hoy, me late fuerte el corazón cuando te recuerdo. Donde quiera que estés ahora, sólo te deseo que te vaya bien, y es de corazón, porque te amé, aunque tú lo dudaras. De momento, para no olvidarte del todo, tendré que esperar a que otro día, de esos que transcurren lentos, tirado y sólo en el sofá, mis dedos y el Universo se pongan en conjunción cósmica para volver a conectar con ese programa de cine caduco y casposo, y lo hagan justo en el instante en que esa niña que eres tú vaya a ver a ese otro niño que llora cuando ella se va, y que soy yo. A partir de ayer, una película de una monja que conduce un 2Cv será la llave de mis recuerdos hacia ti, que son muchos, y casi todos buenos. Nadie me preguntará a quién va dedicado esto, porque quienes lo tienen que saber ya lo saben, y, si me lees, sabrás que va dirigido a ti, porque estoy seguro de que a ti también te gusta "Sor Citröen"...

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