
Pero no. Aquí estamos de nuevo. Otra vez nos encontramos por la calle y es como si el mundo se detuviera. Te miro, y me miras. Lo hacemos con descaro, sin disimulo ninguno, como queriendo hacer que el resto del Universo lo sepa ya todo antes de que suceda. Me miras, y te miro. Esbozamos una sonrisa, de esas que llevamos meses cruzándonos. Yo, a veces, cuando te veo en algún sitio inhabitual, ya hasta amago con pararme a hablar contigo, como si nos conociéramos de toda la vida.
Los segundos se convierten en minutos, y los minutos en horas. Veo tus ojos azules clavados en los míos, como invitándome a que por fin me decida y te hable. Pero eso no lo haré jamás, porque la ensoñación es demasiado potente, demasiado primordial, demasiado perfecta. No quiero conocerte, porque me he enamorado de tu esencia, y creo que no podrías jamás estar a la altura. Como me pasa a mí.