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lunes, 15 de noviembre de 2010

"El Día Después De La Revolución" 0009

Tras la Revolución, todo fue lo mismo. Nada fue diferente. Una vez disipado el humo, una vez asentado el polvo, vimos que nada había cambiado. Nos movimos por inercia contra el poder establecido, y, después de todo, no hubo nada. Ni ira, ni culpa, ni pena. Nada de lo que postulamos llegó a buen término, quizá porque, como juventud adocenada que éramos, elegimos la forma fácil de desentendernos de todo. No hubo luchas de clases, ni visionarios que guiaran a las masas, ni grandes fanfarrias anunciando el advenimiento de un nuevo orden mundial. a Revolución, como tal, había triunfado, pero fracasó engullida por entelequias políticas y multinacionales de zapatillas deportivas. No hubo símbolo por mancillar, ni icono que no fuera reutilizado. De todo lo que vivimos, de todo lo que construímos, apenas si quedó en pie nada.

El fallo fue simple, eterno, pero unitario. Las revoluciones de antaño eran constantes, altivas, multitudinarias... En la época de la carrera espacial, del hormigón y del cristal, nadie movió un dedo por alzarse contra nada que estuviera fuera de una pantalla. La Revolución fracasó, una vez ganada, porque nadie osó hablar ni decir nada. El silencio, como muro de contención de la desidia y la ignorancia, vomitó desprecio y desconfianza, y lo que hubiera podido ser un golpe de timón definitivo acabó siendo una breve y molesta turbulencia en nuestras vidas. Los poderosos, los concomitantes, los indulgentes, los ignorantes, todos, todos ganaron a la Revolución. Todos sacaron tajada de ella, todos la violentaron y la usaron a su antojo, convirtiéndola en logo y anuncio de una generación perdida, que no ha hallado una forma de despertar, dormida.

Una vez pasada la Revolución, una vez remplazados las farolas y los escaparates rotos, nada tomó una dirección distinta, nada varió. Incluidos nosotros, los revolucionarios, que, como presas de unas fiebres de temporada, una vez desarrollada la fiebre, una vez sanadas las calenturas, volvimos a nuestros quehaceres diarios, entre tristes y aburridos, sonriendo con apatía por el deber cumplido...

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